Una perversión, o parafilia, es un patrón de comportamiento sexual en el
que la fuente predominante de placer no se encuentra en la cópula, sino
en alguna otra cosa o actividad. Cuando hablamos de perversiones
solemos referirnos al masoquismo sexual, sadismo sexual, exhibicionismo,
fetichismo, travestismo, voyeurismo, pedofilia, zoofilia y necrofilia,
pero el porcentaje de mujeres que practica estas perversiones es ínfimo
en relación al de los hombres. ¿qué pasa? ¿no somos pervertidas las
mujeres?
Desde el punto de vista de la psicología, la persona que realiza una
perversión no tiene otra opción, si no cede a su inclinación se ve
abrumada por la angustia o cae en la depresión o sicosis. Digamos que
para el individuo supone un mal menor, una especie de apaciguamiento de
los demonios personales que sirven para mantener inconsciente la culpa.
El protagonista de la perversión no sabe que su actuación esta destinada
a dominar acontecimientos que fueron demasiado excitantes, espantosos o
humillantes para controlarlos en la niñez y que no puede, o no se
atreve, a recordar. En cambio consagra su vida a revivirlos.
Las perversiones se gestan a raíz de pequeños asesinatos del alma y
juegan un papel decisivo los papeles estereotipados de género, donde a
las niñitas se las dirige a ser convenientemente femeninas y a los niños
adecuadamente masculinos, lo cual les obliga a privarse de una parte de
su identidad personal.
Las fuentes del placer erótico en la mujer adulta no son tan
palpables y localizables. En las parafilias femeninas la excitación y la
práctica sexual no es lo primero que llama la atención. Debido a la
propia naturaleza femenina, o quizá a la larguísima tradición represora,
están disimuladas con otros sentimientos, pero el goce perverso sería similar.
Según la psicóloga Louise L. Kaplan, la mujer pervertida disfrutaría de su sexualidad por medio de los siguientes caminos: