jueves, 18 de abril de 2013

El proceso del duelo

Fotografía: Ross para Las llaves del ático.
       "Anoche soñé contigo, mi hermana y yo éramos pequeñas y tú mucho más joven. Jugaba contigo, aplastándote la nariz y las orejas y tú te dejabas e incluso te reías….Entonces sabía que me querías.


Y ahora que te has ido…me siento confusa pero te siento cerca y también sé que me quieres y me cuidas.
En los últimos años que pasé fuera de casa, casi no hablaba contigo en mis visitas pero sabía, que te quería y que entendías mis enfados. También sabía que estabas orgulloso de mí, aunque no me lo decías.
No quería aceptar tu enfermedad y me rebelé contra ella…tenías mucho por hacer y por ver, no podías dejarte ir, no.
Pero lo hiciste. Te fuiste y ya no sufrías pasivamente. Me alegre por ello.
No podías, no debías irte…aún no, todavía no….tenías que terminar proyectos, tenías que cuidarnos, querernos….no puede ser…
Decían que me despidiera, que estabas en coma.”Ponte bien y sigue”, era lo que se quedo en mi mente, pero no podía decirte eso.
Quería irme….mañana será otro día…
“No te vayas…tu padre….”
No podía ser.
Antes de poder asumirlo…pasaste tapado…..si podía ser.
Y yo no podía llorar, estaba congelada…
Desde entonces hasta el viaje al pueblo todo fue lento y rápido, frío y calor.
Y tú… ¿dónde estabas?
Miro y vero tus ojos, tu nobleza, tu sonrisa, tus chistes….veo una familia unida, te veo en ellos, te veo en mí.

Campos de confusión, llantos desgarrados, rabia contenida….y vuelta a la vida de antes…. Con temblor en las manos y mirada profunda…. La vida de antes  se descoloca….duele….
Un pequeño detalle me recuerda a ti y me traslada al pasado…parece que te huelo…me siento protegida otra vez…
Por las noches me vuelves a cantar para que me calme y poco a poco la vida se va recolocando….
Te siento cerca y en paz, sin palabras, me has dado otro regalo, que no sabría explicar…
Veo un camino, el mío, y me invitas a seguirlo. Tú ya anduviste el tuyo. Y estarás dándome el empujón que me falta, como siempre y sin palabras".

(Autora: Raquel Cebrián Casado)



***

Hay noticias que disparan tantos sentimientos que, a veces, resultan contradictorias por el impacto que generan al provocar un extremo dolor. La noticia de la muerte de un ser querido o alguien cercano, saber que no se le volverá a ver, ni hablar, ni tocar... hace que se sienta un profundo pesar. Nos preguntamos cosas sin sentido, tratando de encontrar respuestas que no llegarán.
Como emoción que es, la que se genera ante un fallecimiento, también cambia. Hay que ajustar ese dolor y encajarlo como una pieza más en nuestro día a día.
A este proceso de cambio en las emociones se le llama proceso de duelo.
Se trata de una sucesión de fases por las que pasa el individuo cuando trata de adaptarse a esta nueva situación. Se dice que el duelo se ha elaborado cuando hay una parte de aceptación de la pérdida y el recuerdo llega de forma natural sin generar un dolor incontrolado.
El duelo es la reacción normal ante la pérdida de un ser querido que puede durar entre uno y tres años.
Hablar de la pérdida y expresar la tristeza es positivo a nivel psicológico.
La intensidad y duración de un duelo depende de factores como el tipo de muerte, de la intensidad de unión con la persona fallecida, de las características de la relación con la misma, la edad...

Las etapas de duelo son cuatro:

1- La negación. El shock: es en el primer momento en que se confronta la noticia de la muerte. Sensación de desconcierto y confusión que dura de unos minutos, a días o meses. Aparece como un estado defensivo ante el impacto de la noticia. El dolor, la pena, los trastornos del apetito, insomnio... son síntomas frecuentes. La persona fantasea con despertar y que esta vivencia sea falsa. Son frecuentes las preguntas del tipo: ¿ha ocurrido de verdad? ¿por qué ha pasado? ¿por qué a mi y a los demás no?
Hay que confrontar la realidad. No hay que sobreproteger. Cada uno debe sufrirlo a su ritmo, sin ser forzado a hacer lo que no desea, aunque tampoco hay que quedarse inactivo durante demasiado tiempo. 
La ayuda está en tomar pequeñas decisiones e integrarse en conversaciones. A más pronto se confronte más adaptativo será el duelo (sin intentar retomar su vida inmediatamente y con la misma intensidad de antes -que también sería un error-). 
Hay que permitirse explorar el interior y los sentimientos que surgen para dar salida a esas emociones sin ocultarlas.

2- La rabia y la culpa: angustia, añoranza y desorden emocional. Se acepta el estado de muerte como cierto y es momento de expresarse emocionalmente. Se vive con culpa el no haber estado más tiempo con la persona fallecida, hablarle o despedirse. Hay que facilitar la comunicación y la expresión de los sentimientos -sobre todo los hostiles- del que sufre ( a veces, surge la necesidad de negociar con la vida, Dios... ante la dificultad de afrontar la situación y como un medio para superarla). 
Hablar de los recuerdos que tenemos de la persona ausente con cariño, relatar acontecimientos que creen nuevos y entrañables momentos... También ayuda elaborar pensamiento del tipo: ¿Qué siento? ¿Por qué lo siento? ¿Qué me pone triste exactamente?...

3- Tristeza: a veces puede durar hasta dos años. Hay una intensidad de la pena y el llanto. Sigue la culpa, añoranza, sentimientos de soledad, la evitación de lo social o la hiperactividad y sentimientos de indefensión más intensos que impiden una adaptación a la nueva circunstancia.

4- Aceptación e integración: Se acepta la pérdida y el vacío que supone esa persona. Hay un sentimiento de paz y ganas de vivir y las emociones anteriores pueden aparecer aunque sumamente atenuadas. Se inician nuevas relaciones y nuevas pautas de vida o, al menos, ya existe un intento de recuperar la capacidad de establecer nuevos vínculos, valiéndonos por nosotros mismos sin la persona que ya no está.
En este momento, encontramos un lugar para el fallecido en nuestra historia de vida emocional que nos permite seguir viviendo de manera eficaz.

Un duelo se convierte en patológico cuando los pasos que se van realizando en el proceso de duelo no se han vivido y no han dado paso a las estrategias de afrontamiento. Si la persona ha actuado ante la muerte como si nada hubiese pasado y se ha esforzado en olvidar cuanto antes, no habrá elaborado sus emociones y puede ocurrir que, pasados unos años, tenga que afrontar la pérdida de la persona importante que no elaboró en su momento y, así, tratar de minimizar la fuerte carga emocional que se siente y dejar el pasado atrás.
Cada persona necesitará su tiempo para integrar el dolor de la pérdida, aceptar que nos duele, aceptar la ausencia y reacomodar todos los asuntos dispersos o pendientes y rellenar de nuevo los espacios vacíos.
Lo que queda será: tener presente al fallecido en nuestro corazón, recordando con amor lo que nos ayudó a ser a su lado.



"Lo que una vez disfrutamos, nunca lo perdemos. Todo lo que amamos profundamente se convierte en parte de nosotros mismos".
HELLEN KELLER


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