Sobre búhos y mirlos.
Llueve en Madrid sobre el perro mojado,
cae la gota que colma el vaso medio vacío,
y esta soledad mórbida me oprime contra las sábanas.
Los vecinos no entienden los gritos,
"cállate" supliqué al silencio, ahogado
"cállate" suspiré al silencio, ahogado,
desde el mar de la hermita de mi cuarto.
El teléfono es el único que ha dejado de hablar,
con todos los pilares de alquiler,
y sentarme a tomar una cerveza conmigo mismo
impone demasiado.
He buscado el ruido de la anestesia,
la fiesta rápida, donde dan igual las llamadas,
el descontrol elegido en una vida,
en la que no tengo las riendas.
Me encuentro en el horóscopo
pero nunca ante el espejo,
Me encuentro en la desidia,
en la prisa, y en la vida de hollywood,
pero al mirarme al espejo
sólo hay unos ojos cansados,
y unas ojeras al galope
porque llevan dos minutos sin anestesiar.
Y mientras parece que el Sol palmea a tu falda,
que todos han puesto sus problemas a secar.
Y en mi patio interior sólo corre la brisa del otoño,
que desnuda a los árboles grises de Madrid,
y se me cala en los huesos sin importarle las mantas.
Así no hay quien pueda dormir
con todo este silencio gritando,
y toda esta ausencia desfilando
por las paredes de mi estómago.